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sábado, 10 de marzo de 2012

Japón busca la calma

La gran ola de Kanagawa todavía impresiona. No importa que la estampa de Katsushika Hokusai tenga dos siglos de antigüedad. Porque el temor que inspira la obra, una de las más importantes del periodo Edo (1603-1868), está de plena actualidad. Una ola gigante aparece, amenazante, con el monte Fuji al fondo. Podría ser el preludio de una tragedia que ha asolado el archipiélago nipón en multitud de ocasiones, y que los artistas locales han plasmado desde tiempos inmemoriales.
Sin duda, los grandes dramas tienen reflejo en el arte, y Japón los ha sufrido periódicamente. «Cada generación tiene el suyo. Si no es la devastación de un terremoto, es el provocado por una guerra. Godzilla, por ejemplo, es un monstruo que nace del terror que provoca la radioactividad, algo que retorna ahora como consecuencia de la crisis que desató el tsunami en la central de Fukushima», analiza para S Moda Tatsuhiko Iwai, profesor de Bellas Artes de la Universidad de Tokio. «El horror deja huella en la sociedad, y los creadores no hacen más que representarla. Ahora, posiblemente desde el atentado contra las torres gemelas de Nueva York, la abundancia de imágenes crea símbolos instantáneos reconocibles en todo el mundo, pero el tratamiento que se les da en el arte es muy particular», prosigue. «En Japón se juega con los extremos. Algunos artistas ensombrecen y producen tinieblas. Les inspira la retransmisión en directo que se hizo de la escena en la que la ola gigante, negra, barría ciudades enteras. Otros buscan la curación psicológica con el color».
Esa segunda opción es la que parece haber prevalecido entre los dibujantes de cómics manga, una de las expresiones artísticas más ligadas a la cultura nipona actual y reflejo de la compleja idiosincrasia social, que se debate siempre entre el estoicismo impertérrito que abruma al resto del mundo y una crueldad brutal que atemoriza. Tras el terremoto y el tsunami que hace un año desolaron la costa noreste de la isla de Honshu, varios de los grandes nombres del manga decidieron utilizar a sus personajes más célebres como terapia nacional. Akira Toriyama envió un mensaje de apoyo a través de Goku, protagonista de Bola de Dragón. Takehiko Inoue, creador de Slam Dunk y Vagabundo, utilizó la aplicación Zen Brush para dibujar todo tipo de caras sonrientes y subirlas a través de Twitter. Otros, como Noizi Ito, conocido por sus novelas gráficas, lanzó a una de sus protagonistas rezando en Praying for Japan, una obra que fue retuiteada decenas de miles de veces y que se incluye dentro del movimiento artístico #draw_for_Japan (dibuja para Japón), que surgió en la red social y marcó un punto de inflexión en el arte.
Sin duda, el 11-M nipón ha abierto un nuevo espacio que demuestra el carácter hipertecnológico de la sociedad japonesa. Porque los artistas nunca antes habían plasmado sus sentimientos en obras con tal velocidad. Y menos aún habían conseguido que sus creaciones se difundieran con tanta rapidez en todo el mundo. Muchas de ellas, en la mejor línea del minimalismo que caracteriza al país del Sol Naciente, jugaban con el círculo rojo de la bandera del archipiélago: aparecía agrietado por el terremoto, sangrante, o hecho pedazos. «Son obras simples llevadas a cabo por artistas reputados o amateurs, que tienen dos características en común: son sencillas y, por lo tanto, fácilmente reconocibles para todo el mundo», analiza el profesor Iwai.
El colectivo de artistas se volcó desde el primer momento con las víctimas. Desde estrellas del rock hasta poetas, pasando por arquitectos como Shigeru Ban, que diseñó y consiguió fondos para crear pequeños cubículos que mejoraran la vida de quienes se encontraban en refugios temporales. Paradigma de este hecho fue la exposición que inauguró la galería Taka Ishii de Tokio el 20 de marzo. Su título, NOART, lo dice todo. Pero, por si acaso, el concepto quedaba claro en el interior: el espacio estaba completamente vacío, salvo por una caja en la que los visitantes podían donar dinero a la Cruz Roja. «El arte se siente impotente ante las circunstancias que vive nuestro país», decía una nota a la entrada de la galería.
«Ser japonés supone convivir con muchas catástrofes naturales», señaló durante una conferencia impartida en Barcelona el escritor Haruki Murakami, autor de la recopilación de relatos Después del Terremoto, una obra cuya edición especial se publicó en marzo con motivo de la tragedia y con el fin de captar fondos. «Hay una expresión en japonés, mujo, que significa que no hay nada en el mundo que vaya a mantenerse inalterable para siempre (…) Ese concepto está grabado a fuego en el espíritu japonés desde la antigüedad (…) Y, posiblemente, ha influenciado nuestra percepción estética. No tengo duda de que el país se volcará en la reconstrucción, pero me preocupan las cosas que no son tan fáciles de reparar, como los estándares éticos».
Yoshiharu Fukuhara, presidente del Panel de Expertos para las Industrias Creativas del Ministerio de Economía, es optimista: «La cultura es un acto de creación de un colectivo que quiere mejorar la vida. Da energía positiva a la población, y por eso es clave en la reconstrucción psicológica tras el terremoto».

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